Casta de Hembras
Cuando cargó con la hermana
y su vientre todavía chato creyó que la primera noche en Retiro sería la peor.
Pero no, lo peor vino después, con el invierno, los vómitos y esos hijos de
puta que no dejaban de robarles lo poco que juntaban en las esquinas entre las
flores y los clavas.
Como la necesidad tiene
cara de hereje, ella no cree en Dios, y porque Dios es macho. Así se lo
enseñó a la hermana; de modo que aprendieron pronto sin ningún santo que las
cobije, las mañas de la calle: a pedir con los ojos dulces y enormes de las
vacas, a acostarse sobre sus pocas pertenencias, y que no hay hombres con
códigos, que todos son la misma mierda. Como el Hugo que al principio, cuando
no llegaban para el paco, les compartía unas secas a cambio de nada. Pero eso
fue sólo por un tiempo.
Porque fue también el
Hugo el que le puso el fierro en la mano. Es una pistola Beretta 9 mm, le explicó. Para vos, tu
hermana ni la toca ¿estamos? todavía es muy pendeja. Claro, pero a la tuya bien
que se la dejaste agarrar. Y ahora le gusta. Lo hago porque me gusta y encima
traigo plata. Sí, hasta que te puedan preñar o te pegues la papa, pelotuda. Vos
no sos mi madre.
Ella también era una
pendeja cuando encontró a su viejo al costado de la madre muerta y la obligó a
decirle a la cana que la habían encontrado juntos cuando volvían de la escuela.
Pero yo volví y vos… Volvimos, dije. Juntos. Fueron los de la otra cuadra, vos
los viste.
Después empezó todo
aquello, pero de eso no quiere ni acordarse.
De lo que sí se acuerda es
que al chumbo primero lo llevaba descargado, para asustar no más; pero como la
gente anda con poca plata en el bolsillo y tampoco vale la pena jugársela
por monedas, el Hugo le fue metiendo en la cabeza que tenían que entrar a
darle a las casas. Que él se quedaría afuera de campana, que al fin y al cabo
la otra ya no era tan chica y que nadie desconfiaría de dos minas, mucho menos
de ella embarazada. Eso sí: Tenés que cargarlo, no hay que ser boludos. Si
alguna vez estamos en el horno, va a ser a matar o morir; me entendés ¿no? Y
ella lo cargó, pero no por lo que le había dicho el Hugo.
La cosa daba, venía fácil.
Entonces, ¿por qué ahora se la están viendo tan fiera? Por qué la hermana la
sacude del brazo. Largalo, grita, ¿Qué te pasa? Ella no contesta. No para de
golpear y de escupir al anciano que, de rodillas alza las manos y se agarra a
los costados de su cadera. Pará viejo ¿qué carajo hacés?
Por piedad, ya te di todo…
Tengo dos hijas. Ella lo mira con asco. ¿Vos también te las cojés? El viejo
está aferrado a su jogging y cuando trata de empujarlo hacia atrás, casi se lo
arranca. ¿Qué te pasa Nena? grita la hermana ¿Qué mierda está pasando?
Por favor, suplica el
anciano. Por favor papá, suplica ella. ¡Cortala Nena! Dejate de joder, rajemos.
Pero ella no puede moverse. La tiene otra vez parada sobre el inodoro, ya le
sacó la camiseta. No, papá, no… Porque es al viejo, a su viejo, a quien ve
arrodillado con la cara sudorosa entre sus piernas. Al viejo de mierda, que con una mano le
desliza el pantalón del jogging desteñido hacia abajo y con la otra le acaricia
la carita mojada. Ella no entendía entonces, pero aquella tarde entendió. Por
eso cuando vuelve a sentir esa lengua áspera contra su pubis aun sin vello,
gime: Por favor papá, basta… La hermana
grita que lo suelte. ¡Soltalo Nena! El viejo sólo quiere que lo sueltes. Yo quiero que lo sueltes. ¡Ahora!
Pero ahora ella ve la
sangre en su pantalón. El anciano está llorando. Ella no. Como aprendió a dejar
de hacerlo cuando el vello le creció y él dejo de besarla. Puta, tenés sangre
¡puta! Cuando por primera vez la dio vuelta, el brazo retorcido hacia atrás
mientras la tironeaba del pelo para empujarla contra el catre. Siente el mismo
tufo, siente esa baba, el ardor cuando le arranca la bombacha, su cara contra
el colchón, el peso que no la deja respirar… ese dolor.
¡Puta! Ella se resiste. Ya
no resiste. Traé a tu hermana, carajo, la abofetea, que la traigás te digo.
Ella quedó a un costado de
la cama, deshecha; fue cuando escuchó los gritos, cuando no pudo hacer nada o
sí pudo, poco antes de llorar juntitas, abrazadas, mientras se limpiaban la
sangre entre las piernas. Entonces supo que tenían que irse de la casilla. Que
a su hermana no iba a volver a tocarla. Y se fueron. Esa noche en Retiro una monjita
le puso el primer pan sobre la palma sucia. Agarralo, es tuyo, le dijo, y ella
lo apretó fuerte, como ahora al chumbo.
Al mes siguiente no hubo
sangre, tampoco al otro, ni el que vino después. Que no sea nena, por favor que
no sea nena. No puede soportar que tenga que sufrir así, como ella, como su
madre, como su hermana. Que no sea nena… Te digo que no, de una que es machito,
vaticinaban las amigas. Esto no falla: si el anillo gira para de la derecha, es
varón; y mirá, gira como loco… ¡Basta! Tampoco voy a parir otro animal. Quiero
sacármelo. Por eso cargó la
Beretta, por eso está entrando a las casas; después del sexto
mes es más difícil.
Ahora patea al viejo con
furia, con la misma con la que trataba de sacarse al suyo de encima; entonces
no podía, ahora sí. ¡Viejo de mierda, largame, mal parido!
Entonces las sirenas, el
viejo que se le abalanza, el culatazo en pleno rostro, dos disparos… Y las
puteadas del Hugo afuera, que se raja mientras ella cae sobre las piso de
baldosas y se asfixia con el peso del
otro sobre su cuerpo; y la necesidad urgente de sacárselo de encima, de pujar… Ella que no aguanta, que se ovilla entre la sangre,
que desgarra la placenta, que quiere creer que Dios existe: Que no sea una
nena, Dios, que no sea nena…
Su mueca entre estertores se parece mucho a una
sonrisa.
Todo
Es Cuestión De Cuidarse
Cuidado con esos muertos
que vos matáis,
pueden gozar de muy buen
salud
Padre Alejandro
Con las lolas recién hechas y catorce kilos menos
acudí a la cita. Está usted espléndida −me dijo el Dr. Filkenstein−
pero tiene que empezar a darse algunos permisos. Hay muchas maneras de endulzar
la vida, no sólo con aspartamo. ¿Por qué no se da una vueltita por Youtube,
investiga los daños que le puede causar y analiza otras alternativas?
Y sí, ahí estaba la causa de todos mis síntomas: El
apartamos produce cáncer, apatía sexual, dolores de pecho, insomnio, depresión,
contracturas musculares, trastornos digestivos, herpes, jaquecas, hasta ¡puede
llegar a causar muerte súbita! El Doc tenía razón, así que de inmediato lo
agregué a mi lista de los “Ya no” y a la semana volví al consultorio.
−¿Y? ¿Cómo se siente? ¿Mejor?
−Sí. Todo está claro ahora. Ya no más aspartamo ni
ningún tipo de endulzante artificial.
Nada de yogures light ni chiclets sin azúcar. Pero
tampoco azúcar.
Ya no galletitas oreo ni merengadas ni pan con
manteca.
Ya no Mac Donald. Ya no salchichas. Ya no panceta
ahumada.
Ya no más chocolates, bocaditos Cabsha ni alfajores de
dulce de leche.
Ya no asado con grasa los domingos. Mucho menos
chorizos o pechito de cerdo.
Ya no fiambres ni papas fritas. Nada de salamín picado
grueso.
Ya no más maní con la cerveza.
−Muy bien, muy bien… ¿Y los permisos?
−Míreme usted. Me siento bárbaro. Medito, corro, bailo
todos los días…
Ya no fumo. Ya no bebo. Ya no me drogo.
Ya no estoy enamorada de ese hombre.
Ya no me creo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario