lunes, 14 de julio de 2014

Veo Veo



VEO VEO

¿Qué ves? Mamá ve los brotes de los prunus a punto de reventar, rosados, lúbricos. Mira las azaleas y los agapantos, se deleita descalza sobre el césped nuevísimo y retira con cuidado un poquito de musgo que se ha establecido en el rincón más oscuro. Toma un tozo de soga y dibuja con ella el recorte de una nueva bordura que va a pedir al jardinero cubra con lamiun para iluminar el sector; lo imagina y sonríe, después entra y sube hasta el cuarto para arreglarse y salir con las amigas. Definitivamente esas sesiones de radiofrecuencia y el pulido con punta de diamante la hacen ver espléndida. Se delinea los ojos, la boca, sólo un toque de rubor color durazno. Ni un cabello fuera de lugar después del shock de keratina, lo peina hacia la derecha. Elige el jean con tachas y una remera animal print. El té es a las cinco. Ma, me podrías mirar el resumen de… No, por favor Gordi, ahora no puedo.
…Una cosa. Esto es una cosa, masculla el padre, no es fútbol. Ni ese boludo es un dos, no la para ni por puta. El padre cambia de canal, mejor las noticias. La Cristina está dando su discurso número veintisiete. Esto es futbol para todos, declama. Sí, claro, para todos los infelices que habitamos el suelo argentino. ¿Para esto pago Direct TV? ¿Para hacerme mala sangre? Hace zapping hasta que desaparece la cara de la K. No puede ni verla. Una mina… No hay nada que hacer ¿por qué nos se ocupa de cosas de minas? Sólo a nosotros se nos ocurre. Qué gente de mierda. Qué país de mierda. Se levanta del sillón, va hasta el escritorio, abre la correspondencia: una notificación del a Afip. La puta que lo parió… Pa, ¿puedo llevarme al auto? No. Y golpeá antes de entrar. ¿No ves que puedo estar con gente?
…¿Qué cosa? ¿Qué cosa estaba buscando yo?  Los ojos de la abuela saltan de una pared a otra del jardín de invierno. Se detienen en el canasto de la lana, en el almohadón de la mecedora, la manta, un pulóver a medio terminar, el último, el que le estaba tejiendo al viejo. Rojo. Rojo oscuro. Como la sangre que pasaba por el cañito de la transfusión, como la sala de terapia y los cortinados, como las venas que se le reventaban en los tobillos, oscuros como la infección. Púrpura, le habían dicho, pero las manchas eran rojas como la que vio en la sábana aquella mañana; fue su primer hombre, suele repetir, su único hombre. Por eso cada aniversario ocultaba la sonrisa tras un enorme ramo de rosas rojas. Rojo era ahora su dolor. Oscuro como seguir viviendo. Se agarra la garganta y se para frente al espejo. Entonces la ve. La aguja nº 9 está pinchada sobre el costado izquierdo de la mañanita.  Abuela, ¿No viste mi…? Sí, ya la , menos mal que le había pintado la punta de rojo. Últimamente no me acuerdo de dónde dejo las cosas, últimamente no me acuerdo de nada.
…Maravillosa. Ana Clara mira la foto de Martín. Pone “Me gusta”. Le gusta. Y mucho. Después ve pasar las notificaciones, las clickea rápido. Entra al muro de su hermano, ahí puede ver más fotos de Martín, las del partido de hockey contra UNI. Mira esos bíceps contraídos, la bocha que definió el tanto con su golpe en pleno vuelo, se detiene en las piernas, en los cuádriceps. Agranda la foto…Tiene los ojos más profundos que haya visto jamás pero no la comenta, no puede hacerlo desde ahí. Vuelve a su face, al álbum de la reunión del sábado. Está con las chicas vestida de azul. Todas están vestidas de azul. Como los ojos de Martín. Ahí sí pone “Me gusta”, porque se gusta. Y porque le gustó que la besara, y está segura de que también le gustó cómo besaba ella. Esta noche la va a llamar. Es un divino: alguien que tiene en la portada una foto de cuando era chiquito no puede ser sino un dulce. Y van a ser felices para siempre. Ana… ¿Qué mirás, boludo? ¡Cerrá esa puerta! Privacidad. ¿No entendés lo que significa privacidad?
…De qué color. Blanca. La tiene sobre la mesa de luz. Ve que es poca. Se da vuelta y tapa la cara con la almohada. Se da vuelta otra vez. Mira el techo, es blanco. Todos los techos son blancos  menos el de su hermana que está pintado de celeste con estrellitas. Pelotuda… Estira el brazo para agarrar la gillette. Mejor no, mejor dejarla para después. Pone música. ¡Bajá esa música! se escucha desde abajo. No va a bajarla. Se agarra las sienes, recoge las rodillas y apoya la cabeza sobre ellas. No da ni para una línea. Al apretarse los ojos todo pasa del verde al rojo al azul. Y otra vez blanco. ¡Bajá esa música! No otra vez. ¿Qué me tienen? ¿entre ojos? No, no esta vez. Arranca las frazadas, va al baño para buscar una benzocaina para cortarla. ¿Otra vez con dolor de garganta? le pregunta la abuela. Al salir se choca con la madre. ¿Por qué no mirás por donde caminás! Es que ese chico debe andar ojeado, intenta tranquilizarla. El chico hace como si no las hubieras visto y se encierra en el cuarto, con llave esta vez. Muele, mezcla, separa la línea en dos. Enrolla con cuidado un billete de dos pesos y esnifa. El polvo asciende por su nariz, baja por la laringe, se le hunde en la tráquea. Tirado de espaldas intenta tocar el techo pero ve cómo se aleja a medida que él hunde en la cama; sonríe ante la blandura de la almohada del colchón del cuarto entero. El efecto tarda, tal vez la cortó demasiado. Se levanta y va por las pipas; sabe que así durará menos pero lo necesita ahora. Elige la que tiene el dibujo del águila montada sobre la serpiente; falta el tigre, pero no se extraña, qué es lo real o cuánto vale. Mete lo poco que queda en la pipa y la enciende con el billete. La oreja izquierda de Mitre se desprende y cae sobre una hoja doblada del cuaderno Rivadavia abierto al costado de la cama. Adiós monografía. Ve los dos rostros presidenciales arrugarse y fundirse. La coincidencia es absurda. Da para reírse y se ríe. Cuando trata de apagarlo con el pie, como la media es de lana, solo consigue avivar el fuego. Se quema. Se quema y ríe como loco mientras ve las llamitas subirle por la pantorrilla. Se la arranca y tira contra la ventana, observa extasiado cómo la cortina de voile se dispara en llamas hacia arriba.

Es la esquina de los Echeverría. No. ¿La de los Alzaga? No. Es la de los Gutierrez. ¿Ves algo? Sí, a la madre; lleva un manojo de vestidos, creo, y una valija… No, son dos valijas. ¿Qué más ves? Al padre, salvó la notebook, una pila de carpetas que casi se le cae y un bolso… un bolso o un maletín grande. ¿Qué cosa? Que ahí está la nena llorando abrazada a un oso de peluche. Y la abuela. A la pobre la traen arrastrando; parece como si quisiera volver a entrar. Es el turno del chico pero el chico no sale. La sirena destella en todos los colores. Todos lo ven. Nadie ve al chico. El humo es negro. Lo veo. Veo.

(Publicado en "el libro de los Juegos" Ed. Martín 2013)

No hay comentarios.: